LIMPOPO. Caza de antílopes con arco


Ya han transcurrido varios días desde que regresamos a casa. Nos hemos tomado la última pastilla de Malarone contra la malaria y han cicatrizado las pequeñas heridas producidas en la sabana arbustiva sudafricana. Es tiempo para el recuerdo, pero la historia comenzó hace muchos meses.

El Club Arcaza se había proclamado Campeón de España por equipos en el año 2007. También de caza menor con perro. Algunos de sus miembros habían viajado a Quebec (Canadá) y habían conseguido el Black bear; otros, estuvieron en Namibia, aunque con rifle, y ya conocían Africa; también hubo quien se acercó a Finlandia para probar el rececho al corzo y de nuevo volvió a Canada en plan guía/cazador. Se imponía buscar un destino que nos gustase a la mayoría. El viaje empezaba a gestarse.


Después de muchas discusiones, votaciones y análisis, todos nos inclinamos por la propuesta defendida por Manolo (lamentablemente, luego no podría acompañarnos) y presentada por Salva, con el único aval de nuestro socio sueco Risto. Cazaríamos en la finca Mkolo gamefarming & safaris, con una superficie de 2500 Ha., ubicada en Sudáfrica, en la provincia de Limpopo, a orillas de dicho río, en la frontera con Bostwana y a escasos kilómetros de Zimbawe. Cacería de antílopes con arco, realizando esperas en los comederos/bebederos preparados al efecto.


En aquellos ya lejanos días nuestro Presidente del Gobierno, al menos, todavía no pronunciaba la palabra crisis; sin embargo, cuando la misma se hizo evidente, incluso para él, nuestro proyecto dio la impresión de que se diluía y quedaba abandonado.


El día 1 de Febrero de 2009 mi hijo Jaume se encontraba en casa leyendo el Marca y de pronto exclamó: “mira, Madrid-Johanesburgo, ida y vuelta, 300 euros, nos vamos a Africa”.


A los pocos días tenemos ya el billete y empiezan los preparativos en serio: vacunas, puesta a punto de los arcos, flechas, puntas de caza mayor, compra de ropa, etc. Finalmente viajaríamos Salva, Jaume, Sele, Jorge y yo.


Decidimos utilizar los siguientes arcos: Salva (Guardian de Bowtec), Jaume (General de Bowtec), Sele (Bowtec), Jorge (Alphamax de Hoyt) y Julián (Drenalin de Mathews). Respecto a la flechas, optamos por la marca Carbon Express, modelo Terminator Litte Hunter, personalizadas con el arrowrap del Club, con los colores nacionales junto al culatín y emplumadas en modo Offset, con plumas blazer de 2”. Finalmente, por lo que a las puntas de caza se refiere, nos inclinamos por la Snuffer SS, de 125 grains, de tres filos, de la marca Magnus Broadheads. El peso de las flechas terminadas, con punta de caza incluida, era de unos 450 grains. Llevaríamos 24 flechas y 12 puntas de caza.


El día 2 de Abril ingresamos el 20% del importe de la estancia. Todo indica que el viaje se realizará.


El día 2 de Mayo el Club Arcaza se proclama de nuevo Campeón de España por equipos en la prueba realizada en la localidad alicantina de Ibi. Es un buen presagio.


Llega el día esperado (31 de Mayo) y allí estamos. Salva, Jaume y yo hemos viajado en coche hasta Madrid, mientras que Sele y Jorge lo han hecho en avión, desafiando la tormenta (rayos y truenos) que se cernía sobre la capital del Reino aquella tarde/noche. Facturamos el equipaje y nos tomamos un triste bocadillo en uno de los pocos bares abierto en Barajas a esas horas. Se respira ambiente de caza entre los pasajeros, tanto por sus ropas, como por el contenido de sus conversaciones. En el momento de embarcar me acuerdo de la película La Milla Verde. A las 1´30 horas sale el vuelo IB 6051, en medio de la tormenta que todavía persistía. ¡Ya no hay vuelta atrás! Nos esperan unas diez horas en el aire que intentamos aguantar con las comodidades que Iberia nos brinda: espacio reducido, poca comida y menos bebida; pero eso sí, nos facilitan una mantita para que nos abriguemos. Me gusta el amanecer, me da la impresión de que hay más luz. Algunos creen adivinar los campamentos masáis. Yo me imagino que alguno de los ríos que vemos son el Nilo, el Congo o el Zambeze. Pienso en nombres ilustres y en las cacerías que llevaron a cabo: Tony Sánchez-Ariño y en los llamados por él “hombres de leyenda”: John A. Hunter, George Rushby, Karamojo Bell, James Sutherland y tantos otros; también rememoro los libros de Javier Reverte: El Sueños de Africa, Vagabundo en Africa y los Caminos Perdidos de Africa .Imposible no acordarme de Livingstone y de Stanley. Así, casi sin enterarnos, hemos tomado tierra en Johanesburgo e, inmediatamente, vemos a Schalk Cornelius que nos está esperando y; dando muestras de su caballerosidad y sentido de la hospitalidad desde el primer momento, nos ayuda en los trámites aduaneros de los arcos.


No tenemos tiempo de comprobar si se trata o no de una de las cinco ciudades más peligrosas del Planeta, tan solo unos tres cigarrillos después de varias horas de abstinencia y otras tantas llamadas telefónicas a familiares y amigos, y ya estamos en ruta hacia la finca a bordo de una Wolswagen de nueve plazas. Las maletas y los arcos han llegado perfectamente, contrariamente a lo que le ocurre al protagonista de la novela NGAWANDE, de Juan Mendoza, que me acompaña en este viaje. Nos quedan unas seis horas hasta Mkolo. Nos detenemos en un centro comercial moderno para reponer fuerzas y nos llevamos la primera sorpresa en el restaurante S´Karoo Irene Village: tardan en servirnos una hora y media aproximadamente; Schalk, impasible el ademán, comenta: “It´s Africa”. La comida es exquisita y el precio también nos gusta (unos 15 euros por persona, incluyendo un buen merlot sudafricano y copioso postre). Tanto durante la comida, como en el resto del trayecto, Sele nos sorprende con su dominio del inglés, mientras que Jorge realiza una traducción simultánea para los que no nos enteramos.
Llegamos tarde al campamento, ya que a las 18 horas es totalmente de noche. Hemos salido de la ciudad por una autopista, hemos pasado a una carretera y terminamos en un camino sin asfaltar. Hay momentos de somnolencia y otros de animación al ver distintos animales desde el coche. La visión del campamento nos resulta muy agradable, como si se tratara de un sitio de veraneo, con sus habitaciones de planta baja mirando al río, el porche con la fauna africana representada, el comedor junto a la piscina, el césped y la vegetación que rodea el entorno; en fin, lo contrario a unas tristes chozas y un sitio desértico que uno se había imaginado. Nos avisan que la cena está servida y probamos el impala por primera vez, quedando todos muy satisfechos. Durante la misma conocemos a Pieter Botha, el otro propietario, quien nos presenta a Warren Kieck, el cazador profesional que nos acompañará los siguientes días. Pieter, con su innata simpatía, amabilidad y verbo fácil, nos explica el plan de caza. La finca dispone de nueve comederos/bebederos, con sus correspondientes blinds, que podemos ir alternando. El horario de caza sería el siguiente: de 7 a 10´30 horas y de 14´30 a 18 horas, si bien podíamos modificarlo sobre la marcha, como así hicimos. Salva pregunta sobre las serpientes y le confirman lo que ya sabíamos, que la mamba negra es mortal y que no hay antídoto, pero que nunca ha pasado nada grave, que no nos preocupemos, pero que tampoco olvidemos que “It´s Africa” (era la segunda vez, en pocas horas, que oía dicha expresión). Agotados, pero con muy buenas sensaciones y con mucha ilusión, nos retiramos a descansar. Nos han emplazado a las 7 horas, ya desayunados, para salir a los puestos. Han transcurrido 28 horas desde que salimos de Alicante.



Me gusta mucho la habitación. Se ve limpia, tranquila, con su techo alto desde el que me observa alguna que otra lagartija. El cuarto de aseo dispone de agua caliente y tengo armarios donde guardar la ropa. Frente a la misma, a escasos 10 metros, tapado por la vegetación, discurre el río Limpopo. En la otra ribera, a unos 90 metros, tenemos ya Bostwana.
No me entero cuando suena el despertador, me da la impresión de que acabo de acostarme. Las Guinea Fowl están dando la lata desde las 5´30 horas, pero no molestan. El río está envuelto en una bruma mágica y misteriosa, que no se repitió ninguno de los otros días y que me resultará difícil de olvidar. ¡Maravilloso!. Desayunamos a base de café, zumos, tostadas, yogurts, y…!todos al Toyota! El frío es intenso y, no obstante el jersey, forro polar, braga y gorra, hecho en falta unos buenos guantes. Warren me coloca en el primero de los puestos (el número 2), ya que vamos por orden de edad, y soy el mayor del grupo. Se trata de un blind realizado un metro por debajo del nivel del suelo, de modo que el disparo resulte cómodo y fácil. Procuro entrar en calor, pero no lo consigo. Tomo las distancias con el telémetro y pruebo los nuevos prismáticos Zeiss 8x25. Intento comprobar que el arco está en condiciones y que soy capaz de abrirlo y me encuentro con la primera sorpresa, el arco se me dispara como a un vulgar principiante y se me queda cara de tonto. Comienza un día de despropósitos para mí. Las gallinas son las primeras en acercarse, pero con mucho recelo. A los pocos minutos tengo un facochero precioso bebiendo, totalmente cruzado, a unos 20 metros, pero decido no tirar dado mi estado anímico: no me considero capaz de abrir el arco, ni de apuntar correctamente. Más tarde me entraría un impala, que desde mi posición juzgué impresionante, y que me dio un susto de muerte, ya que se me quedó parado a unos 5 metros; instintivamente me muevo intentando disparar estilo rifle y el animal acusa mi movimiento, se desplaza y se queda parado a unos 7 metros ofreciéndome un blanco perfecto; consigo abrir el arco, busco el punto rojo para colocarlo en su codillo y … ¡maldición!,tengo la batería del punto de mira apagada; suelto un taco y el animal se marcha contestando con otro improperio.


Regresamos al campamento y almorzamos, al igual que los otros días, a orillas del Limpopo, disfrutando del paisaje. Degustamos los productos que nos acompañan desde Alicante: hueva, mojama, lomo, jamón y aceitunas. También damos buena cuenta del almuerzo que nos prepara la propiedad al más puro estilo anglosajón: huevos, bacon, etc. Los demás tampoco han tenido ocasión de soltar ninguna flecha, excepto Sele que se ha entretenido con las gallinas.


Un breve descanso y estamos de nuevo en el blind. La temperatura ha subido a unos 25º. Hace calor. Observo movimientos a lo lejos (la ventanilla de disparo da la impresión de que las piezas se encuentras más lejos de los que realmente están), una especie de individuos aparecen y desaparecen detrás de los arbustos. Empiezan a acercarse al agua y deduzco que se trata de babuinos. Nunca lo hubiera imaginado, pero…tal como profetizó Salva, ¡me impresionan! Son un grupo de unos ocho miembros. Las madres llevan los bebés pegados al pecho; una de ellas, que debía ostentar algún grado de jefatura dentro del clan, intenta descubrirme y mira con descaro. Me recuerdan a los individuos de cierta etnia cuando acuden al Hospital de la Seguridad Social o al Palacio de Justicia; todos en grupo, dispuestos a protestar por todo y a pedir explicaciones. Hago lo posible para que detecten mi presencia y el jefe/a del grupo avisa del peligro? y se marchan soltando maldiciones (con un ladrido gruñón diría W. Churchill en su libro Mi viaje por Africa). No transcurre mucho tiempo sin que entren dos impalas machos que beben guardándose las espaldas (uno sacia su sed, mientras el otro vigila), se dedican a jugar haciendo chocar sus cuernos como nuestras monteses, pero a lo fino, pasean por delante de mí, miran la comida; pienso que debo intentar el disparo, consigo abrir el arco, trato de apuntar, y el punto rojo recorre todo el cuerpo del animal; mi mano izquierda no responde, va por libre; juego a la lotería (lo que no se debe hacer), disparo y… el impala esquiva la flecha sin despeinarse lo más mínimo. Menuda papeleta, ¿cómo le explico a Warren que por la mañana se me ha escapado una flecha y que esta tarde he fallado un impala?, ¿en mi inglés de voz alta, infinitivos y gesticulaciones?
La tarde todavía me reservaría una última sorpresa cuando andaba absorto en encontrar respuesta a tales preguntas. Lentamente, por mi izquierda, empiezan a aparecer una especie de asnos grandes (luego me ilustrarían y me enteraría de que eran Waterbucks). Lo primero que pensé fue la vergüenza que supondría matar un asno de la finca, por lo que decidí disparar únicamente si me entraba un buen trofeo. Tuve suerte, sólo entraron a beber hembras y ejemplares jóvenes, por lo que no metí la pata.
La noche cayó como dicen todos los libros y artículos sobre Africa: rápidamente, sin avisar, sin darte tiempo a disfrutar de dicho momento. Como no me sentía a gusto en el blind en plena noche, ya que ignoro el tipo de animales que pueden pasear por la finca a esas horas, salgo al camino e intento orientarme buscando la estrella polar (tenía que haber buscado la estrella del sur). Mientras repaso mentalmente el día y me llamo burro pasan a recogerme y me explican el motivo de la demora: Sele y Jaume han disparado; el primero a un impala y, el segundo a un kudu. Nos acercamos al puesto de Sele y nos explica el lance: le ha entrado tranquilo, por detrás, se ha acercado al bebedero, ha apuntado tranquilamente y ha soltado la flecha; cree que estará muerto cerca de la zona de disparo. Los trackers Alfred, Samoa y Johannes entran en acción. El pisteo resulta fácil y cómodo; ayudados de pequeñas linternas encuentran rápidamente el impala. Tiene un tiro algo trasero, pero que ha resultado ser suficiente. A todos nos parece un buen trofeo. Felicitaciones, fotos, abrazos y ¡todos al coche de nuevo!


Llegamos al puesto de Jaume y nos cuenta como se ha desarrollado su lance con el kudu. Eran las 17´50 horas y sólo restaban 10 minutos para dar por finalizada la espera. Estaba grabando una hembra y una cría por la ventana central cuando, de repente, ha visto un macho que ha considerado un buen trofeo por la ventana de la izquierda. Sólo ha tenido tiempo de apuntar y soltar la flecha rápidamente. Intenta no manifestarlo, pero está convencido de que el tiro es bueno. Antes de llegar al sitio del disparo Salva había profetizado: “si Jaume ha disparado, tenemos kudu; no suelta la flecha si no está seguro de impactar en zona vital”. El rastro se sigue con facilidad, ya que son abundantes las manchas de sangre y ésta es buena: herida de pulmón. De repente aparece ante nosotros, muerto, con la flecha todavía clavada, a menos de 100 metros de la zona de disparo. Me parece impresionante y estoy emocionado. El honor de la familia está a salvo. Nos retiramos a cenar mientras lo sacan y lo llevan al campamento (2 horas). Curiosamente cenamos estofado de kudu. Sele le explica a Schalk el lance de su impala de forma gráfica: “así se los ponían a Felipe II”, lo que le lleva a tener que explayarse hablando del Escorial, la Armada Invencible y el ataque de gota que sufrió el Monarca. Terminada la cena nos acercamos al campamento de black people y contemplamos el kudu de Jaume y el impala de Sele. Fotos para el recuerdo y una frase de Pieter dirigida a Jaume: “cazarás más con arco, pero no tan buenos como éste”.
Nos retiramos a descansar muy contentos. Personalmente ha sido el lance de caza que más me ha emocionado hasta la fecha, puede que como contrapartida del día tan aciago que tuve.


El día siguiente, a las 17´30 horas, en el puesto número 3, tuvo lugar mi encuentro con una manada de Blue Wildebeest. La mañana había sido tranquila y me había distraído fallando gallinas de Guinea. Ya pensaba que el día no me depararía nuevas emociones cuando de pronto los veo parados a unos 70 metros de mi blind (elevado esta vez). Son una manada de unos seis o siete ñús. Están dudando si acercarse a beber o no. Resulta muy difícil explicar lo que sentí. No me lo podía creer. En ningún momento me había pasado por la cabeza esa situación. Se deciden y entran al bebedero. Están a unos 22 metros. Intento controlar los nervios, pero me resulta muy difícil. El corazón anda desbocado, la vista se me nubla un poco y las manos me tiemblan. Consigo abrir el arco y me acerco lentamente a la ventanilla de disparo. Beben tranquilamente, pero alguno ya ha terminado y está presto para partir. Elijo el mejor, el que tiene un porte más majestuoso, un color más oscuro y un mejor trofeo. Me cuesta lo suyo colocar el punto rojo en el blanco, pero al final suelto la flecha. La estampida es monumental, con nube de polvo incluida, pero veo que lleva la flecha clavada, si bien la juzgo un poco trasera (tiré a la diana, olvidándome del codillo). Paso media hora con dudas, pienso que es posible que no haya alcanzado ninguna zona vital, pero también recuerdo videos con tiros similares al mío donde el arquero empieza a gemir de forma orgásmica y a los pocos minutos aparece sonriendo con el animal muerto.


Al momento llegan Warren, Sele y los trackers e iniciamos el pisteo. Considerando que podría darse alguna situación de peligro el primero se hace acompañar de su 7 x 57. La sangre indica herida de pulmón, pero perdemos el rastro y decidimos dejarlo para el día siguiente; uno de los negros hace una señal en el suelo, con el pie, invisible a mis ojos, indicando la última gota de sangre que hemos encontrado.


Me encuentro bien, no obstante la decepción de no haber encontrado el ñú.
Cenamos un exquisito pollo con patatas y Jorge nos relata como ha conseguido su duiker; con tranquilidad, dejándolo cumplir, como en una de nuestras esperas.


No recuerdo si descansé algo esa noche, pero sí que soñé muchas veces con el maldito Wildebeest. De todos modos –como decía Jaume con ironía- iba mejorando, ya era capaz de soltar alguna flecha e, incluso, de impactar en el objetivo; unos días más y estaría en condiciones de cazar algún animal, ¡muy graciosillo el chico!


Entramos en el tercer día de caza en Mkolo. Por la mañana, Jaume y yo decidimos no cazar, y acompañados por Schalk, Warren, Alfred y Samora, proseguimos en la búsqueda del ñú, pero no tenemos suerte y no encontramos rastro del mismo, tan solo la flecha rota junto a un charco de sangre. Traducen alguna de las frases ininteligibles de Alfred: “aquí se ha unido a la manada”. Empiezo a desanimarme, pero Warren insiste en que lo encontraremos y, si no es así, los buitres acudirán a la finca y nos indicarán dónde se encuentra.


Por la tarde me acompaña Sele. Jaume se dedica a cazar, abatiendo dos facocheros que encontraría al día siguiente, uno de ellos medio devorado ya por los chacales. Tampoco tenemos suerte, pero fue una de las tardes que más disfruté en la finca, buscando alguna señal del ñú, admirando los árboles y plantas cuyo nombre me indicaba Sele y atendiendo las observaciones de Alfred cuando nos enseñaba las huellas del leopardo o los “cascos” de cebra. Warren llevaba en el todo terreno una buena provisión de cerveza, agua y coca-cola, que nos supo mejor que en cualquier bar y ayudaron a mitigar el desencanto.


Salva ha empezado hoy su particular guerra con los facos. Dispara a uno que encuentran al día siguiente, pero terminaría el safari sin saber dónde tienen el corazón, ya que en los días sucesivos perdería cuatro, no obstante afirmar que habían recibido un gran “tirascazo”. Digo yo que no sería un tiro tan bueno, pero en fin….



Me dedico a entrenar a 20 metros y la flecha impacta en el centro de la diana una y otra vez. Es cuestión de templar los nervios.


El estado de ánimo es muy bueno. Me he tomado un whisky con Schalk y Pieter en el salón social, viendo un partido de rugby de la liga inglesa, mientras esperábamos la llegada del resto de compañeros. Si hubiese sonado música clásica y hubiera pasado cerca alguna dama parecida a la baronesa Karen Blixen me hubiese sentido el mismísimo Denys Finch-Hatton. El intento de conversación ha resultado muy duro, dado el nulo dominio del inglés por mi parte. Disfruto viendo como anochece junto al Limpopo. La temperatura baja considerablemente.


El cuarto día de cacería es el peor para mí o, como mínimo, el que menos me divierto. Por la mañana, en el puesto número 5, únicamente veo pájaros; muy vistosos todos ellos, pero que no eran mi objetivo. Por la tarde, en el puesto número 4, sin duda el más bonito de todos, rodeado de mucha vegetación, con un blind de lujo y con una charca natural, donde necesariamente pensabas que de un momento a otro te entraría algún orix o ñú, únicamente vi un duiker receloso, que al final no entró a beber. Al anochecer entraron muchos francolines, ortegas o gangas.


Me siento muy bien, feliz, tranquilo, sin rastro de estrés, ansiedad, vértigo ni amaxofobia, pero no obstante, empieza a invadirme cierto sentimiento de tristeza. Hemos traspasado el ecuador de la cacería y sigo sin ninguna pieza. De España llegan mensajes alentadores: “no te preocupes y disfruta; olvídate de los bichos, cumple tu sueño, quédate con la luz, los colores y el olor de Africa”. Muy bonito, pero también me gustaría cazar algún animal, que para eso hemos venido. Todos mis compañeros de viaje hacen lo posible para que así sea. Deciden que repita el puesto número 3 (le correspondía a Jaume) y me aconsejan que deje en paz a las gallinas. Fue un acierto, como después veremos. Gracias a todos.


Jaume consigue hoy su tercer facochero, que encuentra Warren, ya de noche, cuando viene a nuestro encuentro. Salva tropieza con una de sus fobias: las snakes; rastreando un facochero con Alfred, ve como éste da un salto y sale a la carrera y, rápidamente le imita. Se trataba de una puff adder. No pasó nada. Nos explicaron que tiene que estar enrollada para lanzar un ataque y que, en tal supuesto, es rapidísima, pero que no hay peligro si va paseando. Jorge, después de fallar un faco, consigue incrementar su lista con un impala y un steenbok, que a mí particularmente me gustó muchísimo. Una de las flechas de Sele también ha acariciado, sin herir, el lomo de lo que hubiera sido su segundo impala.
Comienza el quinto día de cacería, que para mi sería el mejor. Siguiendo los consejos de los más expertos ignoro las numerosas Guinea Fowl que entran a beber. No tarda mucho en aparecer, por los alrededores, un duiker, muy recelosos, que finalmente se alejó sin beber. Le siguen dos impalas hembras, que comen y beben tranquilamente, haciéndome dudar si disparar o no, ya que presentan un blanco perfecto, pero pienso que, dada su belleza, necesariamente tiene que aparecer algún macho, como así ocurre; dos preciosos machos se acercan al bebedero, apunto al que juzgo mejor y disparo, con absoluta naturalidad, como si no hubiera hecho otra cosa en mi vida. Estoy seguro de haber realizado un buen disparo. Compruebo con los prismáticos la flecha ensangrentada y me reafirmo en mi idea. Me fumo un Marlboro para celebrarlo y fallo otra gallina. Minutos antes de finalizar la espera veo un bulto inmóvil a mi derecha, confirmándome la visión con los prismáticos que se trata de un faco, el cual inicia un alejamiento, para regresar, al momento, con otros dos, pero a unos 40 metros se detienen, recelan y, después de un bufido, salen huyendo.


Llegan Jaume y Schalk y encontramos el impala muerto a unos 50 metros, con un tiro en el codillo. Me gusta mucho y la alegría es generalizada. ¡Ya no vuelvo bolo! Mando la correspondiente foto a los amigos y a mi hermano Miguel que sigue la cacería día a día desde Málaga, contestando éste: “muy bonito, que no se diga de los mayores”. La distancia de tiro fue de unos 16 metros.


Se acerca Salva, que ocupaba el puesto número 2, y nos dice que también ha disparado a un impala y considera que el tiro ha debido ser mortal. Cargamos el mío en el coche y nos acercamos a buscar el suyo. El rastro de sangre es tan evidente que nos abrimos en abanico y, de forma poco ortodoxa, damos rápidamente con él, adelantándonos a Schlck que lo hacía al estilo tradicional: siguiendo las huellas del animal herido. De nuevo felicitaciones y fotos para el recuerdo con los dos impalas, los arqueros y los pisteros.



La tarde transcurre tranquilamente. Como siempre, media hora antes de anochecer, se acerca de frente un faco bueno que no entra a beber, pero a los pocos minutos, por debajo del blind, entran tres que empiezan a saciar su sed tranquilamente. Me hubiese gustado disparar al primero, al que tenía más cerca, pero el tronco de un árbol seco hace que sea un tiro difícil, por lo que elijo el segundo, el que está en medio, apunto y suelto la flecha. Se produce la estampida: el herido en una dirección y los otros dos volviendo sobre sus pasos. Cae la noche y vienen Pieter y dos de los negros a recogerme. Empezamos el pisteo y las señales de sangre son muy evidentes: tiene que estar muerto. Sigo a los expertos pasando y arrastrándonos por sitios inverosímiles pero, como tarda en aparecer, Pieter y yo nos acercamos a recoger a Jaume. Cuando regresamos todos está el facochero esperándonos en el camino. Esta vez tiré con punta de dos filos y a una distancia de 18 metros. Le impacté en el cuello, por lo que Salva, que andaba loco con estos bichos, exclamó:”tiro de fortuna”, y uno, sin ninguna maldad, al igual que el autor de la frase, recordó a Lorenzo, el protagonista de Diario de un Cazador de Miguel Delibes, cuando después de ganar el concurso de tiro de pichón de la ciudad y leer la noticia en el periódico, dijo: no saben alabar sin ofender, ya que hacían referencia a su aspecto furtivo y ramplón.


El sexto día ocupo los puestos número 6, donde únicamente ví un impala joven que pasó muy cerca; y el puesto número 9, que había sido generoso en facocheros los días anteriores, pero que a mí no me proporcionó ninguna emoción; es más, estuve toda la tarde preocupado y en tensión, ya que el día anterior, estando Salva en dicho puesto, recibió la visita de dos supuestos policías que llevaban dos negros enrejados en la parte posterior del vehículo, y uno de ellos le miraba de forma amenazadora, con los ojos desorbitados, a la vez que profería fuertes gritos (así nos lo relató). Sí que debió ser cierto por cuanto, cuando Alfred examinó las huellas de los neumáticos, sin haber visto el coche, dijo:”police car”.


En la cena, con el kudu como plato fuerte, despedimos a Jorge y Sele que regresan al día siguiente a España. Su ausencia se notaría mucho los días siguientes. En este mundo de la caza se crean unos lazos muy fuertes en poco tiempo. Apetecía ponerse a cantar aquello de “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”, Sin duda alguna, volveremos a coincidir en alguna otra expedición/cacería.


El último día de caza, el séptimo, sólo quedamos Salva, Jaume y yo. Ninguno de los tres cazó nada, si exceptuamos el francolín de Jaume, que al parecer le dio bastante guerra y que terminaría en la rústica cocina de Samora.


Repetí en el puesto 2, y de nuevo me visitaron los babuinos y los waterbuck, pero de estos últimos no entró ningún macho bueno; los primeros seguían pareciéndome parientes leanos que no habían tenido la suerte? de evolucionar.


Salva –no podría ser de otra forma- protagonizó el último incidente de la expedición. Seguía picado con los facos y había visto uno bueno que entraba al puesto3. Cuando fue a acomodarse en el blind se encontró con una de sus amigas: una Bloomslang que se resistía a abandonar el puesto alegando que había llegado antes (prius in tempore potior in iure) y, además,que estaba muy fresquita. No pudo cazar y regresó paseando al campamento.


Tenemos luna llena y el tiempo ha cambiado, amenaza lluvia. En la cena, degustando una riquísima lasaña, llega la hora de la despedida. Nos acompañan Schalk, Pieter y Warren. Firmamos en el libro de visitantes y nos preparan la liquidación. Se respira algo de tristeza en el ambiente y da la impresión de que hablamos en tono más bajo que otras noches, por lo que nos tomamos unas copitas de Amarula para subir el ánimo. Guardamos el arco y las cosas de caza y nos retiramos a descansar. Nos esperan dos días de turismo.


La visita al Parque Kruger la realizamos acompañados de Schalk y Warren, que se encargan de todo. Conforme nos acercamos al parque el paisaje va cambiando, se hace más verde, vemos montañas, plantaciones de plátanos y otras frutas, que se venden libremente en la carretera, formando un cuadro de un bello colorido, que invita a comprar. Dentro del parque vemos pronto los elefantes, que llegan a rodear el coche, las jirafas, los búfalos, las hienas, los impalas, etc, La primera noche pernoctamos en Mopami, un lodge muy acogedor, con todos los servicios, al igual que el de la segunda noche, Sirheni. Las vistas son impresionantes. No ha dejado de llover desde que salimos del campamento, pero es una lluvia que no molesta, fina, parecida esa que sufrimos a veces en España en un día bueno de tordos; también recuerda un día de otoño buscando setas en La Capona. Las dos noches disfrutamos de una excelente barbacoa a la puerta de nuestro lodge.

No creo que se pueda sentir mayor sensación de belleza, tranquilidad, paz y sosiego que la vivida esos dos días. No tuvimos suerte con los felinos, pero todos estamos seguros de haber oído, la última noche, la fuerte voz de Simba, invitándonos a volver. Salva y Jaume se divirtieron como niños con sus Canon y Nikon, jugando con las aperturas y con el asa. Cuando regresamos a Mkolo habíamos recorrido 1100 Kms.


El jueves 11 de junio, a las 10 horas, abandonamos definitivamente el campamento. Socs, la perrita que todos los días salía a recibirnos, nos hizo un guiño con el único ojo que le quedaba (el otro lo había perdido en un encuentro con una cobra escupidora). Nuestro vuelo sale a las 20´30 horas. Vemos cruzar el camino a varios facos, por delante de nuestro coche y los tres nos miramos como diciendo ¡que le vamos a hacer!. Nos hacemos fotos en un viejo baobab (más de 1000 años, nos dicen). Cambiamos una rueda del coche y comemos en el mismo restaurante que a la ida. Llegamos a Johanesburgo sin ningún problema. Despedida efusiva de Schalk y vuelta a la vorágine. La búsqueda de souvenirs fue lo más estresante del viaje: pulseras, collares, ropa de bebé, animales de madera y amarula. Teníamos que gastar los últimos rands que nos quedaban. Me sentí muy orgulloso cuando se acercó uno de los empleados del aeropuerto, elegantemente vestido, de color negro y, sonriendo al tiempo que observaba el equipaje, nos preguntó:
Bowhunters?.
Yes.
Spain?.
Yes.
BUEN VIAJE.
Gracias.


Llegamos a Barajas sin enterarnos (unas nueve horas) y recibimos la primera bofetada al abonar el parking (270 euros). Casi tan caro como el viaje. Ya en ruta paramos en el primer bar que nos gusta y los tres pedimos lo mismo: ¡bocata de tortilla de patatas!, que nos sirven en unos minutos y, junto con la espumeante y fresquísima cerveza, nos sabe a gloria, por lo que también nosotros exclamamos: ¡Esto es España!. Al mediodía estamos ya en Alicante, después de haber dejado a Salva en su Muro natal, entonando pasodobles y marchas cristianas. Alegría al ver de nuevo a la familia y a los amigos y…!a recordar!.


Por si la felicidad no era completa, que sí lo era, el domingo 14 de Junio me llama Salva y me dice, después de preguntarme si estaba contento, que mucho más me iba a alegrar, ya que acaba de recibir un e-mail de Mkolo diciéndole que habían encontrado mi Wildebeest en el sitio que habían indicado los buitres. Felicidad total.


El relato podría finalizar aquí, pero quiero añadir que en Mkolo gamefarming & safaris nos han tratado de forma exquisita. Los anfitriones Schalk, Pieter y Warren han estado siempre dispuestos a satisfacer nuestros deseos, con profesionalidad, seriedad, caballerosidad y amabilidad. Todos hemos abatido alguna pieza. El precio ha sido muy bueno. Nos dejan un recuerdo imborrable. Muchas gracias y que perduren esos valores que parecen pertenecer ya a otra época.
Si tuviésemos que volver, optaríamos por una flecha un poco más pesada y por una punta de dos filos, en ocasiones, para los antílopes más grandes: kudu, eland, etc. Eso, al menos, es lo que afirman los expertos. La época, seguramente en Septiembre.


En cuanto a los tópicos, no percibí ningún olor especial en Africa (soy de los pocos fumadores que quedan), ni a madera húmeda ni a otra cosa; tan sólo (y es mucho) una grata sensación de tranquilidad, paz y felicidad. Tampoco he sentido todavía la llamada de Africa, pero ello es porque ya la quería, no la he olvidado, ni la olvidaré jamás.


Y, si todo ello es así, yo me pregunto ¿qué hacemos, Manolo, que no estamos preparando ya otro viaje?


Julían Bordera Frances
Alicante, Junio 2009.